24 de marzo: la paz no tiene muertos dignos e indignos

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Solo habrá una paz duradera cuando podamos colocar en una misma placa de mármol los nombres de los caídos masacrados por las Fuerzas Armadas y de aquellos a quienes asesinó la guerrilla.

En una suerte de crónica de una muerte anunciada, el 24 de marzo de 1976 fue el último día de la patria. Sin Perón, Isabel daba muestras de una enorme debilidad, el sindicalismo carecía de dirigencia lúcida, la guerrilla transitaba la convicción de que la guerra le resultaría favorable, creyendo que confrontar en lo militar le daría el triunfo. Por su parte, los bancos, verdaderos cerebros de esa etapa siniestra, eran conscientes de que podrían dar el zarpazo con la protección y la complicidad vil de un gobierno que les garantizaría total impunidad. A eso venían los militares. A instaurar un modelo político, económico y social de sometimiento y entrega que cada gobierno liberal posterior ha reiterado hasta el presente.

En rigor, aquella patria previa al 76 prácticamente no tenía deuda externa -seis mil millones-, no había ni subsidiados ni caídos, el nivel de desocupación oscilaba entre el 4 y el 5%, la inseguridad no estaba instalada y nuestros trenes, que nada tenían que envidiarles a los europeos, recorrían el país llevándonos a destinos tan distantes como Zapala o la Quiaca. Era un país integrado. Esa sociedad tenía industria, obreros, auguraba un crecimiento progresivo y sostenido. Llegaron los militares, expulsaron la industria, y la renta suplantó al esfuerzo. Esa sociedad fue destruida esencialmente por la voluntad de los bancos, por la Ley de Entidades Financieras. Martínez de Hoz y Cavallo -ambos impunes- abren financieras y bancos en todo el país colocando a esa renta muy por encima de la industria. Así, esa sociedad terminará estallando, endeudada, y debilitada en una integración que le era propia.

El 24 de marzo de 1976, la Junta militar integrada por Videla, Massera y Agosti vino a asesinar para imponer un nuevo proyecto, el de colonia. Como señalaba el intelectual Gregorio Weinberg, la guerrilla ya estaba destruida; su exterminio, extendido a otros sectores, fue el gran pretexto de los militares que, en realidad, se disponían a poner fin al sindicalismo, la política, la educación, la cultura, y a cualquier forma de organización y de pensamiento democráticos en nuestro país mediante la represión ilegal. Sin el debido proceso, naturalmente. Porque no se juzgó a nadie durante la dictadura, dato que suele eludirse en una omisión más que intencionada.

Aquel ejército fue enviado por las estructuras financieras a masacrar a la guerrilla y a todos aquellos que se opusieran a su proyecto, fuesen o no partidarios de la lucha armada. Cumplido ese cometido asesino, los bancos se lavaban las manos sobre quienes habían sido meramente sus sicarios. La Argentina patria terminó en aquel momento y esa herida, una grieta entre dos destinos que no lograron generar uno solo, lastimará a los más necesitados. Es un recuerdo que me duele, solo me resta asumir el dolor de lo perdido y la responsabilidad compartida.

En aquel 24 de marzo había una voluntad de dictadura que termina por agotarse en el 82. Un año después, se produce el retorno a la democracia con la victoria de Raúl Alfonsín en las urnas. El peronismo, liderado por Luder, hará una profunda autocrítica que le permitirá volver a triunfar con Menem, más allá de que Menem haya sido, en mi opinión, lo peor que nos pudo pasar. En suma, si la violencia de la dictadura generó deuda y muerte, la democracia, durante el menemismo, destruyó las empresas del Estado y la industria, verdadero nervio del poder de todos, del poder de la política, del poder del destino colectivo.

Por lo demás, pienso que solo habrá una paz duradera cuando podamos colocar en una misma placa de mármol los nombres de los caídos masacrados por las fuerzas armadas y de aquellos a quienes asesinó la guerrilla. En verdad, no hay muerto justificable. Los argentinos la necesitamos y la paz no tiene muertos dignos e indignos. Esa división es absolutamente insostenible. Lo planteó Todorov (Los abusos de la memoria) en su visita a nuestro país y lo sostiene cualquier argentino que tenga conciencia de sociedad.

Que la evocación de todo lo que trajo ese nefasto 24 de marzo – secuestros, torturas, violaciones, asesinatos, desapariciones, jóvenes arrojados al río con vida, apropiación de niños, confiscación de bienes, entre tantos delitos incalificables por parte del Estado- nos permita recordar también que esa masacre se produjo para llevar a cabo un proyecto económico de destrucción de nuestra soberanía. Como ambos aspectos de ese horror son cuestionados o puestos en duda por los de siempre y por quienes desconocen la historia, reflexionemos sobre la relevancia de este domingo 24 de marzo en tiempos riesgosos para la nación.

Fuente: Infobae

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