Ricky Martin sinfónico: crónica de una noche de verano calurosa e inolvidable

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El cantante boricua regresó a Buenos Aires con sus grandes éxitos, una orquesta y bailes sensuales para sacudir el estadio de Vélez demostrando que 30 años después, el romance sigue intacto

La temperatura trepa por encima de los treinta grados pero el pacto de Ricky Martin con el público argentino va mucho más allá de cuestiones climáticas. Y su nueva apuesta, bien vale el riesgo de sufrir el apremiante calor: la idea de mixear su música popular con una orquesta en vivo es al menos, una invitación a escuchar. Porque el cantante puertorriqueño siempre vuelve y esta vez lo hizo acompañado por más de 50 músicos dirigidos por el maestro Ezequiel Silberstein, el mismo que comandó los shows de noviembre en el Movistar Arena.

Horas antes, los micros se acercan al estadio de Vélez por la calle Juan B. Justo cargados de ilusión y cánticos. No hay jornada de fútbol pero las calles están intransitables. Un malón de personas, en su mayoría mujeres, avanzan de buen humor pese a que está irrespirable. “Olé, olé, olé, olé, Ricky, Ricky”, se escucha de fondo como preludio de lo que vendrá. Porque se sabe, por más sinfónico que se plantee el espectáculo, en los shows del artista boricua el verdadero dúo lo forma con el público que canta a los gritos cada una de sus canciones.

“Gorro, remera y vincha”, gritan intentando convencer los vendedores ambulantes. “Mirá qué hermosa esta coronita con flores y luces, mil pesos”, ofrece una señora en las inmediaciones de la cancha. Tiene éxito, el merchandising también es otro clásico infaltable.

Algunas complicaciones en el ingreso retrasaron el inicio del show pero a las 21.30 por fin se encendió la máquina y durante una hora y media sin cortes ni fisuras comenzó una seguidilla de hits. “Ricky Martín sinfónico” se podía leer sobre el escenario, sobrio, en una puesta en escena precisa e impactante que acompañó cada compás. Y entonces sí, de impecable negro, con una camisa con un moño en su cuello que duró poco y bailes sensuales, el artista irrumpió para hacer lo que mejor le sale: cantar y seducir. Y los gritos ensordecedores de sus fanáticas marcaron que todo sigue igual. Todo sigue igual de bien.

Pégate y Volverás pasaron en continuado y los brazos en señal de rezo, agradeciendo el cariño incondicional. Luego cantó Gracias por pensar en mí y dijo las primeras palabras de la noche: “Muy buenas noches, Buenos Aires, ¿cómo estás? Siempre las noches son mágicas en Buenos Aires, en el estadio Vélez”.

“Siempre me llevo sus sonrisas, sus miradas, su amor, su pasión, su entrega, eso es lo que yo me llevo a mi casa, y por eso vuelvo una y otra vez. Un amor sincero, mágico y adictivo. Esta noche les entrego muchas emociones, alegría, tristeza, mucha honestidad, mucha sinceridad. Entrego un poco de arte porque estoy rodeado de grandes músicos, talento argentino. Muchas gracias por su arte, por su magia, por su música”, dijo visiblemente emocionado y lanzó la invitación: “Yo quiero bailar, quiero cantar, ¿ustedes están listos?”.

La Bomba le puso ritmo a la noche y fue la excusa perfecta para verlo moverse en escena, demostrando eso de que “fruta madura sabe mejor” y que el tránsito por las cinco décadas no hicieron mella. En este tour que lo llevó a recorrer varios países de Latinoamérica y grandes estadios de distintas ciudades de Argentina en pocos días, se moverá casi sin agitarse en la hora y media de show.

Pero llega la calma, las baladas y el adagio, en una seguidilla de enganchados del pasado que hicieron caer algunas lágrimas de emoción, sobre todo en las seguidoras más antiguas, aquellas que en los noventa eran adolescentes y penaban amores con su música de fondo. “Te amo, Ricky”, se escuchaba en los escasos momentos de silencio, en los que la orquesta tomaba algo más de protagonismo. Carteles y banderas con propuestas de todo tipo formaron parte también del folclore popular digno de cada presentación suya mientras sonaban Con tu nombre, Vuelo, El amor de mi vida, Te extraño, te olvido, te amo y Fuego de noche, nieve de día y otro momento de comunión, cuando el cantante se tocó la piel demostrando que él también se había emocionado.

Para dar paso a una de sus preferidas, Asignatura pendiente, un tema que si bien no es de su autoría capturó como propio porque detalla a la perfección sus estados de ánimo en distintos momentos de su vida. Llegó la hora de cambio de vestuario y de deleitarse un poquito más con la orquesta, con un solo de trompeta y guitarra, para verlo luego emerger con un pantalón beige y una camisa blanca. Uno más de los looks estilo franciscano, repleto de bambulas, túnicas y talles holgados, dejando atrás el cuero y los brillos que lo acompañaron en años anteriores y marcaban su estilo.

Con La Copa de la vida aprovechó a celebrar a la selección nacional con imágenes de fondo de jugadas, gambetas de Lionel Messi y algunas atajadas del Dibu Martínez. Y todo el estadio cantando a coro por la coronación en el Mundial de Qatar 2022 mientras un dron sobrevolaba tal vez preparando algún material audiovisual que quede de registro de una noche histórica.

Juega con una toalla con la que se seca el sudor y la tira al público, forma un corazón con las manos y se golpea el pecho después de cantar su último tema, Tu recuerdo y todo indica que con estos movimientos, llegó el final. No hay gritos que valgan, no saldrá a hacer ningún bis pero el trabajo ya está hecho y las caras de felicidad generalizadas marcan que fue un gran show. Que valió la pena el gasto de las entradas, la espera, la caminata hacia el estadio e incluso, el largo viaje para el reencuentro. El sábado seguirá la fiesta en el Autódromo de Rosario.

Pasaron 30 años de su primera presentación como solista en Argentina y la magia sigue intacta. El romance con el público no solo no sufre la erosión del paso del tiempo sino que, con cada show, renueva los votos. El juramento fue “para siempre” y así será, como reza uno de sus más grandes éxitos: no le busque explicación, lo nuestro es puro amor. Hasta pronto.

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